domingo, 15 de noviembre de 2009

El explotado (Básado en hechos reales)

El clima de Ovalle es de una primavera permanente, el imponente sol asoma despejado prácticamente todo el año. Su calor, eso si, no es abrumador, no es del típico que deja somnoliento, lánguido, sin ganas de hacer gran cosa más que estar sentado mirando el horizonte, observando como se distorsiona producto de las ondas calidas; sino mas bien es el calor brillante, inspirador, que te levanta con energía, que calienta por encima y de forma pareja, que siempre lo acompaña una fría brisa que refresca y alegra.

Vicente, aunque era victima de una bella y típica mañana soleada de Ovalle, no se sentía con energías, ni menos era un joven feliz. Caminaba levantando el polvo de la calles camino hacia la tienda de abarrotes mas grande de la ciudad; a sus diecisiete años debía otra vez reemplazar a su padre que trabajaba en ese lugar, ya que él estaba enfermo, y aunque no tenia por que reemplazarlo, sus jefes lo obligaban que cuando se enfermara debía llevar un reemplazante.

El joven tuvo la mala fortuna de ser el hijo del medio, lo separaba ocho o nueve años de los mayores y cuatro de los menores, por ende todas las obligaciones (solo por que los demás o eran ya muy grandes y los otros muy pequeños) recaían sobre él, como comprar los víveres para el mes en el mismo lugar donde trabajaba su padre. Lo dejaban esperando horas enteras fuera de la tienda con un carrito para poder entrar… el hijo del trabajador solo podía recoger víveres cuando no hubiera ningún cliente. Se sentía la persona más humillada que podía existir en todo Ovalle.

Todas las noches su padre llegaba cansado a su casa y de muy mal genio, la gran mayoría de los retos y golpes recaían sobre Vicente, muchas veces por acusaciones injustas. Su madre también hacia lo mismo, lo retaba y golpeaba mucho, nunca en su vida había recibido alguna manifestación de afecto… por mala fortuna era el del medio y no era el preferido de ninguno de sus dos padres. Aunque esto lo vivía a diario, no sentía rencor hacia ellos, mas bien los entendía. Su padre, un ex trabajador de las salitreras, se tuvo que ir por problemas de salud, por ende se debía asentar en una ciudad de un calor moderado, no tan fuerte como el del norte, en consecuencia Ovalle era la mejor elección. Una vez en la ciudad y aunque sabia hacer de todo (era electricista, mecánico y gásfiter) tuvo que trabajar en la tienda de abarrotes de su hermana y su cuñado. Llevaba treinta años ahí y sus jefes lo explotaban y humillaban desde aquel entonces, pagaban una miseria (aunque eran familiares), estaba en la tienda hasta altas horas de la noche, se dirigían a él sin un mínimo de respeto y las asignaciones familiares no se las pagaban, sino que se las rellenaban con su sueldo. Su madre era una dueña de casa, la cual tuvo que soportar vivir toda su vida con el sueldo miserable de su marido.

Vicente paró momentáneamente frente de la tienda y la observó con odio un momento. Era imponente, gigante, abarcaba toda la cuadra entre las bodegas y la tienda en sí. En el segundo piso existían cuatro casas en las cuales vivían los dueños y sus hijos. Suspiró sin remedio, y entró sin convicción alguna. La tienda brillaba, estaba realmente ordenada, cada cosa puesta meticulosamente en su lugar. A Vicente le ardía la sangre al mirar todo esto, sabia que todo lo hermoso de la tienda era gracias a su padre y sus jefes no lo aprecian ni reconocían.

El día pasaba normalmente y durante la tarde no entró cliente alguno, el reloj marcaba las seis y era hora de tomar el té; observó una esquina de la tienda, escondidas detrás de unas latas estaban algunos utensilios para poder comer algo, unas tazas abolladas y unos servicios. Por algunos segundos Vicente vislumbró a su padre tomando el té a escondidas para no “ofender” a los clientes, vio su mirada triste y resignada pensando que era la vida que le toco vivir y no había manera de cambiarla, lo miró con nostalgia comiendo igual a un mendigo… su odio creció y en un acto de rebeldía subió las escaleras con la clara decisión de tomar el té en la casa de los jefes de su padre y no de manera humillante en una esquina de la tienda.

En dicha casa trabajaba una señora que quería mucho a Vicente y le preparó una gran comida. Sentía tanta rabia hacia los dueños que comenzó a conversar con ella.

- No soportó más a estos señores, explotan a mi padre y ahora quieren explotarme a mí…

La mujer salió de la cocina y volvió a entrar, para entregar un recado a Vicente…

- La señora dice que vayas a la tienda…
- ¿Por qué María?, ¿hay mucha gente?
- No Vicente, no hay nadie
- Ah!, ¡dile entonces que ya no joda!

En el preciso momento que dijo esas palabras, entró a la casa una de las hijas del dueño. Escucho cada palabra… se dirigió indignada hacia la cocina para enfrentarlo.

- Que te haz creído, chiquillo insolente.
- ¡Nada alejado de la verdad, tus padres explotan al mío y no hacen nada mas que joderlo y a mi también!
- Todo lo que haz dicho lo sabrá mi padre.

Acto seguido salió furiosa de la cocina. Vicente bajó a la tienda sin una gota de arrepentimiento. Dentro de ella lo esperaba el jefe de su padre.

- Vicente, dirígete a mi oficina, necesito hablar contigo.
- Si, Don Armando.

Don Armando Santiago era un viejo altanero, alto y delgado, vestía siempre de terno y con un peinado hacia atrás incorregible, fijado con gomina. Dentro de su altanería infundía temor y un odiado respeto. Una vez en la oficina, Don Armando se sentó en su escritorio e invitó a Vicente a sentarse en una de las sillas situadas al otro extremo.

- He escuchado algunas insolencias tuyas hacia mí y a tu tía.
- Todo lo que escucho es verdad, usted explota a mi padre y lo sabe.
- ¿A qué te refieres? – Dijo Don Armando con falsa sorpresa.
- ¿A qué me refiero?, ¡A que usted le paga a mi padre una miseria, a que no le ha dado vacaciones en treinta años, que lo humilla siendo que es su cuñado, que es el hermano de su esposa!
- A tu padre lo ayudo, le doy trabajo.
- ¿Trabajo?, ¿a costa de qué?, ¡de explotación, de humillación, de pobreza… su tienda brilla, vende mucho y sabe que es gracias a mi padre, sabe que jamás tendrá un mejor trabajador que mi padre!
- ¡Cállate! – le temblaba la barbilla - ¡No voy a tolerar que me vengas a gritar e insultar en mi propia oficina… vete inmediatamente!
- Me voy de su asquerosa tienda.

Se paró de la silla y de un portazo se alejó lo más rápido que pudo. Mientras caminaba hacia su casa reflexionaba, había hecho lo correcto, no se arrepentía, pero sabía que le esperaba por esto una gran reprimenda de su madre.

- ¿Qué te paso?, ¿Por qué llegas a esta hora?
- Madre, acabo de pelear con Don Armando.

De manera detallada Vicente le explicó a su madre todo lo sucedido, estaba resignado, sabía lo que iba a suceder, prefirió decírselo él antes que cualquier otra persona. Cuando terminó de exponerle todo, su madre se paró frente y a diferencia de todo lo que pensó que iba a sucederle, su madre con los ojos llenos de lágrimas lo sostuvo de los hombros y lo rodeó con un fuerte abrazo.

- Hijo – decía su madre entre sollozos – todo lo que le dijiste a ese viejo lo tengo en el corazón y me lo he guardado hace mucho tiempo, hace mucho tiempo se lo quería decir, pero o no me he atrevido o no he tenido la oportunidad.

Acto seguido continuaron con la única muestra de afecto que había recibido Vicente en años. Desde ese día entendió un poco más a sus padres.

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